Sobre las “relaciones tóxicas”. O sobre la importancia de recordar que “nada surge de la nada”.
Querido lector, las palabras son la herramienta por excelencia que los seres humanos tenemos para interactuar con el mundo. No obstante, a veces son tramposas. No es gratuito que las diversas filosofías del siglo pasado, por distintas que fueran, hicieran especial hincapié en el lenguaje (pensemos en Heidegger y su famosa sentencia “el lenguaje es la morada del ser”, o en Wittgenstein y “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, ambos popularmente considerados como los filósofos decisivos del siglo pasado).
Y es que a veces -las palabras- ahí donde parecen arrojar claridad sobre un fenómeno en particular, no hacen más que oscurecerlo en el fondo. Sin embargo, lo anterior suele ser sutil, imperceptible, y muchas veces damos por sentado que, en vez de confundirnos, esclarecen nuestro entendimiento. Eso, me parece, es lo que sucede con el adjetivo “tóxico” cuando se habla de las relaciones de pareja.
Cabría iniciar aclarando que la categoría “tóxico” no ha surgido de alguna ciencia -natural o humana-. Es decir, no es producto de investigaciones en el área de la psicología, ni de la sociología, ni de la antropología, etc., ciencias de las cuales uno esperaría que surgiera dicha categoría al hablar de relaciones humanas. Basta decir que, en su utilización estándar, utilizamos la palabra “tóxico” para referirnos a aquellas sustancias que tienen efectos perniciosos para la salud al momento de que el individuo entra en contacto con ellas (ya sea porque las huele, las toca o las ingiere). Cabe entonces preguntar: si no es una categoría científica, ¿qué es?
La respuesta: una metáfora. En nuestra vida cotidiana, la utilización de metáforas es de lo más común. Basta con pensar en expresiones como “una persona de sangre ligera”, “fulanito tiene un corazón enorme” o “esta situación es un calvario”. Evidentemente a nadie se le ocurriría pesar su sangre al escuchar que es una persona de sangre ligera, ni espantarse por una posible enfermedad cuando escuchara que le dicen que es una persona con un corazón enorme, ni mucho menos creer que alguien se encuentra a punto de ser crucificado al escuchar que está en un calvario.
En palabras del gran filósofo mexicano, Alejandro Tomasini Bassols, en su artículo Literalidad y Metáfora, las metáforas (y en esto sigue expresamente al filósofo nacionalizado norteamericano, Max Black) permiten construir “puentes semánticos” desde un tema subsidiario hacia un tema principal. Por ejemplo, en la expresión “esta situación es un calvario”, el tema principal sería la situación a la cual hacemos referencia; pongamos, por ejemplo, un examen. El tema subsidiario está dado por la palabra “calvario”. Sabemos que la palabra “calvario” refiere, principalmente, a la pasión de Cristo, la cual fue dolorosa, difícil, humillante, etc. Este conjunto de significados dados por la palabra “calvario”, construye dicho puente hacia un tema del cual se esté hablando (el tema principal, en este caso, el examen). Así, entendemos que, al usar dicha metáfora, nos referimos a que el examen es difícil.
En el caso de la metáfora de las relaciones tóxicas, el tema principal está dado por las relaciones de noviazgo (aunque también se puede utilizar para relaciones laborales, de amistad, familiares, etc. No obstante, la metáfora se usa con mayor frecuencia para hablar de relaciones de noviazgo). El tema subsidiario lo dan los diversos significados que pueda tener la palabra “tóxico” (algo que es nocivo, malo, que causa dolor o sufrimiento, etc.). Es decir, al hablar de relaciones tóxicas hablamos de relaciones que a una o ambas partes causa sufrimiento.
Pero como bien apunta Tomasini en su artículo, en el campo de las ciencias y de la filosofía (es decir, en el campo de la comprensión de los fenómenos), las metáforas pueden ser causantes de grandes malentendidos. El autor expone, al final de su artículo, diversos ejemplos, de entre los cuales citamos el siguiente: “se piensa con la cabeza”, metáfora que ha traído consecuencias terribles en los campos que se dedican al estudio del pensamiento, llegando a barbaridades como decir que el cerebro piensa, construye, analiza, etc. De este tema, no obstante, nos encargaremos en siguientes entradas. Lo que quiero subrayar aquí es que, al momento de comprender un fenómeno a cabalidad, las metáforas pueden ser peligrosas si se toman de forma literal.
Y es precisamente eso lo que ha sucedido con “las relaciones tóxicas”. De una metáfora cuyo significado refiere a relaciones donde se sufren constantes problemáticas sin que se hallen -y a veces ni se busquen- soluciones, se ha pasado a suponer que hay, de antemano, comportamientos que son “tóxicos”, prescindiendo de todo análisis, como si surgieran de la nada, como si el comportamiento se diera en el vacío, planteamientos todos ellos contrarios a una visión comprometida con la comprensión del comportamiento.
Como Hanley, Iwata y McCord aclaran en su artículo Functional Analysis of Problem Behavior: A Review, entender el comportamiento desde su funcionalidad, implica que 1) la conducta tiene efectos en el ambiente (en el lenguaje común podríamos decir que la conducta tiene un propósito) y 2) que conducta y contexto siempre se ven relacionados (es decir, la conducta no se da en el vacío). Para aclarar lo anterior, sigamos uno de los ejemplos que los autores proporcionan en su artículo: una chica con problemas de aprendizaje ante tareas escolares complicadas (es decir, un contexto determinado), presenta conductas violentas hacia su persona, conducta que tiene como consecuencia que la tarea se le retire. ¿Diríamos que la chica en cuestión es una persona tóxica por ejercer comportamientos violentos hacia su persona? Desde una visión funcional, lo anterior sería no menos que un comentario vacío. Lo que la visión funcional nos permite observar, es que la conducta se presenta en un contexto particular (es decir, tareas que a la chica le son complicadas) y, a su vez, con una finalidad (es decir, escapar de las tareas). Teniendo en cuenta lo anterior, se cuenta con información para ejercer una intervención con miras hacia un cambio en su comportamiento.
Ahora, tomemos uno de los ejemplos que continuamente se citan en las listas de “comportamientos de una relación tóxica”: “es posesivo”. Cabe aclarar que “ser posesivo” se puede traducir en distintos comportamientos. Pongamos, por ejemplo, que el sujeto es un hombre y “es posesivo” porque no para de hablarle por teléfono a su novia cuando ésta sale de fiesta. Con el tiempo, la situación provoca más problemas. La mujer deja de contestar el teléfono cuando sale de fiesta, lo que tiene como consecuencia que la otra parte enfurezca. Al momento de pelear, ella también responde con gritos, diciéndole a su pareja que es “muy poco hombre por ser tan inseguro”. Ambos ya están cansados de pelear constantemente, por lo que deciden asistir a terapia. Pregunto, lector, lo siguiente: ¿les serviría de algo si el psicólogo en cuestión los “diagnostica” como una pareja “tóxica”? Tanto usted, lector, como yo, podríamos utilizar la metáfora y decir que, evidentemente son una pareja tóxica. No obstante, en un contexto terapéutico, ¿tendría sentido? Y es que este es el punto: como metáfora puede cumplir su función, no así cuando se usa en contextos donde el objetivo es la comprensión del fenómeno con miras al cambio.
Al no ser una categoría clínica, el concepto de “relación tóxica” no permite la comprensión de las problemáticas que acaecen entre las parejas. Para eso, lector, existen terapias específicas, como la Terapia Integral de Pareja. El concepto de “relación tóxica”, no permite una evaluación de la situación de pareja, sino un enjuiciamiento moral. No obstante, la única vía de que las parejas puedan mejorar su relación, es a través de una evaluación que permita recolectar información para que el terapeuta pueda intervenir. En palabras de Jorge Barraca, en su libro Terapia Integral de Pareja. Una intervención para superar las diferencias irreconciliables, al momento de la evaluación-entrevista, es elemental conocer los siguientes seis elementos: 1) nivel actual de tensión y malestar de la pareja, 2) qué tan comprometidos están en la relación, 3) conocer las cuestiones que los separan y enfrentan, 4) conocer por qué dichas cuestiones representan un problema para ellos, 5) qué los mantiene juntos como pareja y 6) qué puede hacer el tratamiento para ayudarlos.
Recuerda, lector, lo siguiente: el trabajo del terapeuta no consiste en enjuiciar comportamientos como buenos o malos, como “tóxicos” o “nutritivos”. El trabajo terapéutico se estructura a partir de conocimientos especializados que permiten comprender la gestación, desarrollo y mantenimiento del comportamiento. Ten cuidado con los charlatanes que abundan en nuestros días gracias, en parte, a la gran difusión que adquieren por ser portadores y transmisores de un discurso “bonito”. No vendas tu bienestar a las retóricas de moda.
Escrito por Psic. Rodrigo Gómez, Centro de Atención Psicologica Wandelethos.
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